miércoles, 18 de abril de 2012

De maquetos, maletas y corbatas de Unquera


Cuando a un pueblo se le quiere atacar muchas veces se le intenta segar la hierba bajo los pies, y aislarlo de sus vecinos, de tal manera que los vecinos piensen, cada vez que se trata de insinuar el tema, en los convencionalismos, en los códigos prefijados, simplismos que se elaboran para evitar que vecinas y vecinos de ese pueblo en cuestión miren detrás de la cortina y descubran que el todopoderoso mago de OZ en realidad es un humilde señor bajito controlando una serie de palancas. En el caso vasco, más concrétamente, contra los que aspiramos a la asunción plena de las capacidades de ser y decidir para el pueblo de vascas y vascos, siempre se ha aludido a términos como maquetos, las maletas y el denominado Pacto de Santoña, como elementos de extrañamiento, surgido de las entrañas del pueblo vasco. Y si no, se dice que estos vascos se creen que tienen más historia que los demás. Cuando nadie es más que nadie. Y cada cual tiene su propia historia, y su propio relato que atender.


Sorprenderá a algunos decir que el término maqueto no es una palabra vasca, ni inventada por Sabino Arana, ni al nacionalismo vasco. Es una palabra cántabra, nacida en el seno de la ciudad de Santander, como reacción a un hecho histórico ocultado interesadamente, y que, por muy aventurado que sea señalarlo, a día de hoy, aún, contribuye a sostener la mayoría absoluta del Partido Popular en dicha ciudad costera, que, como curiosidad, un milenio atrás, era la muga por ese ámbito del Reino de Nafarroa, en la figura del Castillo de Cueto. Quizás así se pueda entender que, cuando les fue posible, y al albur del Consulado de Burgos, fomentaron la creación de una burguesía exógena a la ciudad de Santander, Villa antes que Ciudad, y que fué, por otro lado, los que conspiraron y triunfaron, trágicamente, sobre el intento de creación de una “provincia” que se iba a denominar “Cantabria”, imponiendo sus reglas y su propio nombre: provincia de Santander.

Fué a finales del siglo XVIII, y aquella burguesía exógena, castellana, buscaba hacer de Santander el único puerto de Castilla, existiendo como existían, Bilbao y Gijón, entre otros menores. Una pretensión que jamás se convirtió en una realidad, más allá de forzar una realidad, más por un tiempo únicamente, que fue la unión entre 1833 y 1981, con Burgos y “Castilla la Vieja”. A esta burguesía exógena es a la que los cántabros de bien residentes de la ciudad de Santander les llamaron maquetos. Los que venían con el maco, porque, como se refiere, eran venidos de fuera. Y, probablemente, a través de los cucos, la palabra se introdujo a lo largo del siglo XIX en el área de Bilbao, de donde Sabino la tomó como propia. Ah, y los cucos no es ni más ni menos que aquellas mujeres que no querían ver a sus hijos ir a unas guerras coloniales que no eran las suyas (por no ser su verdadera patria, tal vez?). Un sentimiento profundamente humano. Porque en Bizkaia, hasta 1876 no hubo servicio militar obligatorio para los hijos de Bizkaia, y a fin de cuentas, sobre todo los originarios del área de Castro Urdiales (Urdialaitz en euskera), debían recordar aún, que hasta la Trasmiera habían sido, también, parte del Señorío de Bizkaia.

Un mito que se va, el maqueto no es pues, aquel extranjero que viene al país vasco a robar el pan y la sal a los hijos de Sabino, sino aquellos que buscaron, y al final acabaron fracasando, de imponer a Santander y Cantabria, de un modelo de negocio, un modelo social, que no era el propio, y de ahí surge la rabia que inventa este vocablo, por más que haya hecho fortuna en otros ámbitos y en otras acepciones. Contra una Castilla imperialista, que no sólo colonizaba fuera de los denominados límites exteriores del estado (plurinacional), sino también buscaban colonizar y homogeneizar ad intra de los límites de dicho estado. Sólo que los castellanos, para el caso, eran nuevos romanos. Y no iban a pasar.

Ahora hablemos de las maletas. Son útiles para transportar cosas. Dudo que esos burgueses castellanos que se fueron a intentar colonizar Santander hacia el siglo XVIII usaran estos instrumentos. Pero se ha solido decir, casi, como si Sabino hubiera tenido una fábrica del ramo, en la esperanza de echar a todos aquellos no vascos, de esos que se les supone no tienen 8 o 16 apellidos euskerikos. Cuando la realidad es otra. Tanto porque Sabino defendía el derecho de los pueblos a decidir su futuro, el derecho de las razas (raza era una palabra de uso común, y para nada estigmatizada), como la negra, a buscar sus caminos, también en Cuba, por supuesto, pero igualmente en Sudáfrica, en la guerra de los Boers. Y también porque los primeros en hacer usar las maletas a la gente fueron, otra vez los líderes castellanos, desde su preeminencia en el estado español.

El estado español ha sido centralista, sobre todo desde la victoria de Felipe V en la guerra de la sucesión. La distribución radial sobre todo se produjo desde la, también exógena, Pepa, de 1812. Y ese nuevo estado, buscando la unicidad de mercado, de pesos, de medidas y todo lo demás, fue laminando las diferencias internas, producto de la plurinacionalidad, natural por otro lado, de la península ibérica, como lo demuestra la realidad nacional, convertida hace mucho en estado, denominada Portugal. Y lo mucho que molesta a algunos “castellanos” y españoles. Pues ese proceso laminó economías agrarias, en favor del latifundio, y del denominado “señorito andaluz”, por lo que es a ellos a los que les echaron de sus pueblos, obligándoles a usar como “maletas” lo que buenamente estaba a su mano. En las conocidas dos oleadas principales, la primera a mediados-finales del siglo XIX y la segunda a mediados del siglo XX.

Extremadura, por ejemplo, aún conserva el Extremeñu. Lingüísticamente es como una lágrima familiar que derrama hacia el sur, desde el asturiano, pasando por el leonés, y que pasa por el mirandés, y termina en el Extremeñu. Las Hurdes es un exponente histórico de lo mucho que les importaba. Y en el siglo XX, con el franquismo, eran pueblos enteros, como dice Ardanza, los que se trasladaban a Euskadi, casi con corporación y libros de registro incorporados. Y en ambas oleadas la acogida fue razonablemente positiva. Y la tercera, extranjeros de fuera, como dice un amigo, del áfrica subsahariana y de américa latina sobre todo, en las encuestas de satisfacción, dicen, que de todo el estado, donde mejor acogida tienen, es en Euskadi. Anteayer, ayer, y hoy, una continuidad histórica en que son otros los que echan a la gente de sus respectivos países y somos otros los que los acogemos. Por lo que, que nadie se confunda, las maletas se las imponen otros. Aún está por esclarecerse el beneficio empresarial que tras la guerra de 1936-1939, bajo el totalitarismo franquista, se produjo sobre la base de los trabajadores “voluntarios”, tan “voluntarios” como bajo la Alemania de Hitler, en el mismo esquema de campos de concentración.

Ahora vayamos al tema del Pacto de Santoña. Porque fue un intento de salvar vidas, en tanto que la guerra fue algo impuesto al pueblo vasco, como a otros, es cierto, pero todos sabían que nuestro compromiso de guerra venía ligado a la defensa del autogobierno. Y se debería saber que si los gudaris hubieran podido salir hacia Euzkadi norte, habrían atravesado Francia y se habrían internado, a través del frente Catalan y del Aragonés, en el intento de liberación de Nafarroa por el oriente. Pero no pudo ser porque los italianos no cumplieron, y porque los franquistas, probablemente con la aquiescencia de los republicanos, que, como Azaña y Negrín, apreciaban que, para acabar por disgregar España, la suya, preferían a Franco antes que al Lehendakari Aguirre. Mucho más clave fue la no decisión de constituir un ejército cántabro. La no presencia directa en el frente, de manera directa, salvaguardó al pueblo de Cantabria de las miserias de la guerra. Y eso que, en un audaz golpe de mano, puso a Cantabria, desde el principio, en el lado de la legalidad. Otro hecho fundamental es que, una vez cáido Muskiz, se intentó, por parte de las autoridades republicanas, a través del fantasmagórico ejército del norte, casi inexistentes como tal, y tras su fracaso estrepitoso, dejó abiertas de par en par el acceso a los fascistas a la conquista completa de Cantabria.

Unquera cae el 1 de Septiembre de 1937. Y allí es donde los asturianos prohíben totalmente el paso de civiles cántabros hacia Asturias. A punta de fusil. Y a los que allí estaban, si tenían hambre, que pastaran el el prao. Con un par. Los hermanos asturianos, dirán algunos. Para que luego se pongan la corbata y darse golpes de pecho de supuesta hermandad, cuando la realidad, la de verdad, corre por otros derroteros, aquí brevemente expuestos, para desmontar una serie de mitos interesados, y, como se puede ver, completamente falsos.

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