Cuando a un pueblo se le
quiere atacar muchas veces se le intenta segar la hierba bajo los
pies, y aislarlo de sus vecinos, de tal manera que los vecinos
piensen, cada vez que se trata de insinuar el tema, en los
convencionalismos, en los códigos prefijados, simplismos que se
elaboran para evitar que vecinas y vecinos de ese pueblo en cuestión
miren detrás de la cortina y descubran que el todopoderoso mago de
OZ en realidad es un humilde señor bajito controlando una serie de
palancas. En el caso vasco, más concrétamente, contra los que
aspiramos a la asunción plena de las capacidades de ser y decidir
para el pueblo de vascas y vascos, siempre se ha aludido a términos
como maquetos, las maletas y el denominado Pacto de Santoña, como
elementos de extrañamiento, surgido de las entrañas del pueblo
vasco. Y si no, se dice que estos vascos se creen que tienen más
historia que los demás. Cuando nadie es más que nadie. Y cada cual
tiene su propia historia, y su propio relato que atender.
Sorprenderá a algunos
decir que el término maqueto no es una palabra vasca, ni inventada
por Sabino Arana, ni al nacionalismo vasco. Es una palabra cántabra,
nacida en el seno de la ciudad de Santander, como reacción a un
hecho histórico ocultado interesadamente, y que, por muy aventurado
que sea señalarlo, a día de hoy, aún, contribuye a sostener la
mayoría absoluta del Partido Popular en dicha ciudad costera, que,
como curiosidad, un milenio atrás, era la muga por ese ámbito del
Reino de Nafarroa, en la figura del Castillo de Cueto. Quizás así
se pueda entender que, cuando les fue posible, y al albur del
Consulado de Burgos, fomentaron la creación de una burguesía
exógena a la ciudad de Santander, Villa antes que Ciudad, y que fué,
por otro lado, los que conspiraron y triunfaron, trágicamente, sobre
el intento de creación de una “provincia” que se iba a denominar
“Cantabria”, imponiendo sus reglas y su propio nombre: provincia
de Santander.
Fué a finales del siglo
XVIII, y aquella burguesía exógena, castellana, buscaba hacer de
Santander el único puerto de Castilla, existiendo como existían,
Bilbao y Gijón, entre otros menores. Una pretensión que jamás se
convirtió en una realidad, más allá de forzar una realidad, más
por un tiempo únicamente, que fue la unión entre 1833 y 1981, con
Burgos y “Castilla la Vieja”. A esta burguesía exógena es a la
que los cántabros de bien residentes de la ciudad de Santander les
llamaron maquetos. Los que venían con el maco, porque, como se
refiere, eran venidos de fuera. Y, probablemente, a través de los
cucos, la palabra se introdujo a lo largo del siglo XIX en el área
de Bilbao, de donde Sabino la tomó como propia. Ah, y los cucos no
es ni más ni menos que aquellas mujeres que no querían ver a sus
hijos ir a unas guerras coloniales que no eran las suyas (por no ser
su verdadera patria, tal vez?). Un sentimiento profundamente humano.
Porque en Bizkaia, hasta 1876 no hubo servicio militar obligatorio
para los hijos de Bizkaia, y a fin de cuentas, sobre todo los
originarios del área de Castro Urdiales (Urdialaitz en euskera),
debían recordar aún, que hasta la Trasmiera habían sido, también,
parte del Señorío de Bizkaia.
Un mito que se va, el
maqueto no es pues, aquel extranjero que viene al país vasco a robar
el pan y la sal a los hijos de Sabino, sino aquellos que buscaron, y
al final acabaron fracasando, de imponer a Santander y Cantabria, de
un modelo de negocio, un modelo social, que no era el propio, y de
ahí surge la rabia que inventa este vocablo, por más que haya hecho
fortuna en otros ámbitos y en otras acepciones. Contra una Castilla
imperialista, que no sólo colonizaba fuera de los denominados
límites exteriores del estado (plurinacional), sino también
buscaban colonizar y homogeneizar ad intra de los límites de dicho
estado. Sólo que los castellanos, para el caso, eran nuevos romanos.
Y no iban a pasar.
Ahora hablemos de las
maletas. Son útiles para transportar cosas. Dudo que esos burgueses
castellanos que se fueron a intentar colonizar Santander hacia el
siglo XVIII usaran estos instrumentos. Pero se ha solido decir, casi,
como si Sabino hubiera tenido una fábrica del ramo, en la esperanza
de echar a todos aquellos no vascos, de esos que se les supone no
tienen 8 o 16 apellidos euskerikos. Cuando la realidad es otra. Tanto
porque Sabino defendía el derecho de los pueblos a decidir su
futuro, el derecho de las razas (raza era una palabra de uso común,
y para nada estigmatizada), como la negra, a buscar sus caminos,
también en Cuba, por supuesto, pero igualmente en Sudáfrica, en la
guerra de los Boers. Y también porque los primeros en hacer usar las
maletas a la gente fueron, otra vez los líderes castellanos, desde
su preeminencia en el estado español.
El estado español ha
sido centralista, sobre todo desde la victoria de Felipe V en la
guerra de la sucesión. La distribución radial sobre todo se produjo
desde la, también exógena, Pepa, de 1812. Y ese nuevo estado,
buscando la unicidad de mercado, de pesos, de medidas y todo lo
demás, fue laminando las diferencias internas, producto de la
plurinacionalidad, natural por otro lado, de la península ibérica,
como lo demuestra la realidad nacional, convertida hace mucho en
estado, denominada Portugal. Y lo mucho que molesta a algunos
“castellanos” y españoles. Pues ese proceso laminó economías
agrarias, en favor del latifundio, y del denominado “señorito
andaluz”, por lo que es a ellos a los que les echaron de sus
pueblos, obligándoles a usar como “maletas” lo que buenamente
estaba a su mano. En las conocidas dos oleadas principales, la
primera a mediados-finales del siglo XIX y la segunda a mediados del
siglo XX.
Extremadura, por ejemplo,
aún conserva el Extremeñu. Lingüísticamente es como una lágrima
familiar que derrama hacia el sur, desde el asturiano, pasando por el
leonés, y que pasa por el mirandés, y termina en el Extremeñu. Las
Hurdes es un exponente histórico de lo mucho que les importaba. Y en
el siglo XX, con el franquismo, eran pueblos enteros, como dice
Ardanza, los que se trasladaban a Euskadi, casi con corporación y
libros de registro incorporados. Y en ambas oleadas la acogida fue
razonablemente positiva. Y la tercera, extranjeros de fuera, como
dice un amigo, del áfrica subsahariana y de américa latina sobre
todo, en las encuestas de satisfacción, dicen, que de todo el
estado, donde mejor acogida tienen, es en Euskadi. Anteayer, ayer, y
hoy, una continuidad histórica en que son otros los que echan a la
gente de sus respectivos países y somos otros los que los acogemos.
Por lo que, que nadie se confunda, las maletas se las imponen otros.
Aún está por esclarecerse el beneficio empresarial que tras la
guerra de 1936-1939, bajo el totalitarismo franquista, se produjo
sobre la base de los trabajadores “voluntarios”, tan
“voluntarios” como bajo la Alemania de Hitler, en el mismo
esquema de campos de concentración.
Ahora vayamos al tema del
Pacto de Santoña. Porque fue un intento de salvar vidas, en tanto
que la guerra fue algo impuesto al pueblo vasco, como a otros, es
cierto, pero todos sabían que nuestro compromiso de guerra venía
ligado a la defensa del autogobierno. Y se debería saber que si los
gudaris hubieran podido salir hacia Euzkadi norte, habrían
atravesado Francia y se habrían internado, a través del frente
Catalan y del Aragonés, en el intento de liberación de Nafarroa por
el oriente. Pero no pudo ser porque los italianos no cumplieron, y
porque los franquistas, probablemente con la aquiescencia de los
republicanos, que, como Azaña y Negrín, apreciaban que, para acabar
por disgregar España, la suya, preferían a Franco antes que al
Lehendakari Aguirre. Mucho más clave fue la no decisión de
constituir un ejército cántabro. La no presencia directa en el
frente, de manera directa, salvaguardó al pueblo de Cantabria de las
miserias de la guerra. Y eso que, en un audaz golpe de mano, puso a
Cantabria, desde el principio, en el lado de la legalidad. Otro hecho
fundamental es que, una vez cáido Muskiz, se intentó, por parte de
las autoridades republicanas, a través del fantasmagórico ejército
del norte, casi inexistentes como tal, y tras su fracaso estrepitoso,
dejó abiertas de par en par el acceso a los fascistas a la conquista
completa de Cantabria.
Unquera cae el 1 de
Septiembre de 1937. Y allí es donde los asturianos prohíben
totalmente el paso de civiles cántabros hacia Asturias. A punta de
fusil. Y a los que allí estaban, si tenían hambre, que pastaran el
el prao. Con un par. Los hermanos asturianos, dirán algunos. Para
que luego se pongan la corbata y darse golpes de pecho de supuesta
hermandad, cuando la realidad, la de verdad, corre por otros
derroteros, aquí brevemente expuestos, para desmontar una serie de
mitos interesados, y, como se puede ver, completamente falsos.
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